La bajada infinita. Transvulcania parte 2

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Pasé el Roque de los Muchachos a las 13:05. Llevaba cinco horas y media y mi estimado era terminar entre siete y ocho. Este era el punto en que empezaba mi carrera. En la bajada logré pasar a más de 30 personas, al menos las que logré contar, luego supe que fueron más de 50. Me sentía sólida, me quedaba agua y comida. Iba contenta, confiada, cantando y pidiendo permiso. 

Al llegar al punto de Torre del Time (Km 33)  sabía que la cosa cambiaría. El terreno se haría más rocoso y la bajada mucho más técnica. Me senté, me tomé otro Energy Drink de 226ERS y le pedí perdón a mis piecitos por lo que venía. 

Faltaban casi 8 kilómetros hasta Tazacorte; ya habría pasado lo peor (según yo) pero todavía el mar se veía lejísimo. Tal como lo había escuchado en tantos videos en los que explicaban la ruta, ese último tramo se puso más complicado, más piedras, más empinado, más resbaloso… Además empezaron a aparecer dos ampollas en los dedos gordos de mis pies. 

Dos horas bajando y todavía el mar se veía muy lejos. Pasábamos calles y casas sin que apareciera la bajada del puerto. El sol inclemente ya pegaba bastante duro y por fin, después de varias bajadas largas de concreto, apareció el camino de la enorme roca frente a la playa que me tocó bajar más lento de lo que pensaba porque ya no aguantaba los pies. 

Llegué a Tazacorte caminando. Una muchacha pasó por mi lado y me empujó a correr. Mucha gente animando y el ambiente de carrera propio del último Punto de Control antes de la llegada. Solo faltaban 5 kilómetros. Me senté para creérmelo y no me pude contener. Solté el llanto y una señora voluntaria se sentó a mi lado y me tomó la mano. Sin decirme nada solo vi que le señaló la bandera de mi dorsal a otra persona que estaba de frente. 

Sin darme cuenta tres canarias me estaban abrazando y animando a seguir. ¡Ya casi estás, vamos tía! Les di las gracias y seguí sin saber que me faltaba lo que sería la parte más dura de la carrera. 

Nos desviaron hacia la playa y luego nos metieron por un canal de río llamado “El camino de las Angustias”. Así mismo fue. Tres kilómetros de piedras de río chocando contra mis pies ampollados y el calor propio de las tres de la tarde. Falso plano en subida y la élite de las otras distancias pasando por un lado como si nada. 

Me derrumbé mentalmente en ese pedazo pero seguía caminando. Por fin llegué a la recta que nos llevaría hasta el arco de finisher en Los Llanos y entre mi delirio le escucho el acento gocho al voluntario que nos indicaba por dónde seguir. ¿Venezuela? Le pregunto.. ¡Claro! Me dice.. Vamos que ya solo te faltan dos kilómetros. Su energía me dio fuerza para correr y olvidarme de las ampollas. 

Fui sacando la bandera que llevaba en mi bolsillo izquierdo, en el mismo lugar donde la había guardado en mi habitación en Venezuela días antes y de donde me prometí que sólo saldría para ser ondeada camino a la meta. Llevaba las lágrimas controladas porque me faltaba la respiración pero el corazón iba a mil por hora. 

Allí estaba, cruzando hacia el arco, pisando la alfombra de la recta final, el sombrero inigualable de Depa animando y gritando ¡Vamos Dani! ¡Vamos Venezuela! Cuántas veces soñé con su voz recibiéndome en alguna meta. Allí estaba mi premio. Lo había logrado.

Luis apareció para ponerme la medalla. Mi compañero venezolano que llenó de Caribe esa llegada llena de desconocidos. En su abrazo estaban todos: quienes me siguieron y celebraron conmigo en la distancia, quienes me apoyaron, quienes creyeron en mí y quienes confían en que esta es solo la primera de muchas. 

Soñar no es solo creerlo posible. Es demostrarte a ti mismo lo grande que eres, lo lejos que puedes llegar y lo bien que pueden salir las cosas si se hacen con fe, amor y cariño.   

Gracias Isla bonita.. Gracias España.. Gracias Saber Correr.